La razón y la fe

Os dejo un artículo que saldrá publicado este fin de semana en el Diario de León. Su autor, José Román Flecha, es profesor de teología moral y decano de la facultad de Teología de la Pontificia Universidad de Salamanca. Siempre ha sido un hombre abierto al diálogo y capaz de encontrar puntos en común. En esta ocasión el tema elegido es el de la conjunción de la razón y la fe. Apoyándose en Caritas in Veritate señala los problemas fundamentales de esta relación y marca las vías de solución, tanto para cristianos como para aquellos que se consideran o llaman laicos.

LA RAZÓN Y LA FE

En el programa televisivo “Saber y ganar” del viernes 16 de abril de este año 2010 se preguntó a los concursantes qué nombre recibió la catedral de París en los tiempos de la revolución francesa. Entre las tres propuestas que se sugerían, la verdadera era “Templo de la razón”. Evidentemente se entendía por entonces que “Nuestra Señora” no era otra que la razón. A ella y sola a ella había que venerar.

El día 19 de este mismo mes de abril se cumplen  cinco años de la elección del cardenal Joseph Ratzinguer para desempeñar, como obispo de Roma, el ministerio petrino, como él gusta de decir. Con este motivo en numerosos medios se publican secciones especiales que intentan esbozar un balance de un pontificado, tan intenso como controvertido.

Una de las claves de su personalidad y de su aportación doctrinal podría ser la reapertura del diálogo entre la fe y la razón. La catedral dedicada a testimoniar la fe no puede estar cerrada al ejercicio de la razón. El creyente no puede dejarse llevar por la costumbre o la rutina, al aceptar, proponer o testimoniar su fe. Pero esas dos tentaciones tampoco deberían privar de lucidez a la persona que no se considera creyente.

Tanto la fe como la razón son interpeladas por la luz de la verdad y por la generosidad de la caridad. En su carta encíclica “Caridad en la Verdad”, Benedicto XVI ha escrito que “la verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión” (CV 3).

Es necesario el mutuo respeto y la colaboración entre la razón y la fe. De ellas depende que el amor no sea sólo un sentimiento sino una promesa de vida, en la realización de la persona y en el proyecto de una sociedad más justa: “Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador” (CV 9).

La mención del amor no es una concesión a la sensiblería. Es la afirmación de la verdad última del ser humano, nacido del amor y para el amor. Sin esa orientación de la persona y de la sociedad es imposible pensar en la paz y la justicia. “No existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (CV 30).

El fundamentalismo y el laicismo se parecen más de lo que se pudiera sospechar. El primero enarbola la fe pero olvida la razón. El segundo esgrime la razón, pero ignora la fe. “La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad” (CV 56).

José-Román Flecha Andrés

Sacerdotes pedófilos: pánico moral.

Massimo Introvigne,  sociólogo y director del CESNUR (Centro observatorio aconfesional de las religiones), publica un artículo en italiano que, ya traducido, os presento. Lo interesante de este artículo es que nos ayuda a reflexionar sobre qué es lo que está pasando realmente en los medios de comunicación. ¿Por qué se presentan en primera plana acontecimientos juzgados y condenados hace más de 20 años? ¿Por qué se quiere presentar una relación entre celibato y pedofilia? El artículo nos explica en qué consiste la creación de un «pánico moral», una utilización de una noticia que, si bien no es inventada, se exagera y se presenta como un problema nuevo y emergente.

Este pánico moral está creado por unos «empresarios morales». Son ellos los que administran la distribución e intensidad en la presentación de las noticias. Esta situación de pánico social impide afrontar con realidad los problemas y las medidas a tomar porque adultera el análisis sociológico.

Aquí os dejo la dirección del artículo en italiano http://www.cesnur.org/2010/mi_preti_pedofili.html.

El artículo se titula «Preti pedofili: panico morale», que se traduciría como «Sacerdotes pedófilos: pánico moral».

¿Por qué volver a hablar de sacerdotes pedófilos, con acusaciones que se refieren a Alemania, a personas cercanas al Papa y ahora hasta al propio Papa? ¿La Sociología tiene algo que decir o debe dejar el campo abierto sólo a los periodistas? Creo que la sociología tiene mucho que decir, y no debe permanecer en silencio por miedo a disgustar a alguien. El debate actual sobre los sacerdotes pedófilos – considerado desde el punto de vista del sociólogo – es un ejemplo típico de «pánico moral». El concepto se originó en la década de 1970 para explicar cómo algunos problemas están sujetos a una hiperconstrucción social. Más concretamente, los pánicos morales se han definido como problemas socialmente construidos caracterizados por una ampliación sistemática de los datos reales, tanto en la representación de los medios de comunicación, como en el debate político. Otras dos características han sido citados como típicos del pánico moral. En primer lugar, problemas sociales que existen desde hace décadas, se reconstruyen en los medios de comunicación y la política como «nuevos» o como objeto de un espectacular y dramático crecimiento reciente. En segundo lugar, su impacto es exagerado por el folclore estadístico que, aunque no confirmado por estudios académicos, se repiten de un medio a otro y pueden inspirar persistentes campañas mediáticas. Philip Jenkins ha enfatizado el papel en la creación y gestión de los pánicos de los «empresarios morales», cuyos programas no están siempre declarados. El pánico moral no es bueno para nadie. Distorsionan la percepción de los problemas y socavan la eficacia de las medidas que deben resolverlos. A un mal análisis no puede sino seguir una intervención errónea.

Entendámonos: los pánicos morales tienen en sus inicios condiciones objetivas y peligros reales. No inventan la existencia de un problema, pero se exageran las dimensiones estadísticas. En una serie de valiosos estudios mostró el mismo Jenkins, que el tema de los sacerdotes pedófilos es quizás el ejemplo más típico de un pánico moral. Están presentes de hecho los dos elementos característicos: una cifra real de salida, y una exageración de estos datos por obra de los ambiguos «empresarios morales».

En primer lugar, la cifra real de partida. Hay sacerdotes pedófilos. Algunos casos son a la vez sorprendentes y repugnantes, se han traducido en condenas firmes y los condenados nunca se han declarado inocentes. Estos casos – en los Estados Unidos, Irlanda, Australia – explican las graves palabras del Papa y su petición de perdón a las víctimas.Incluso si los casos fuesen sólo dos – y, lamentablemente, son más – siempre serían dos casos de sobra. Pero ya que pedir perdón – aunque noble y necesario – no es suficiente, sino que tenemos que evitar que se repitan casos, no es irrelevante saber si hay dos, doscientos o veinte mil. Tampoco es irrelevante saber si el número de casos es más o menos numeroso entre los sacerdotes y religiosos católicos que en otras categorías de personas. Los sociólogos son a menudo acusados de trabajar sobre fríos números, olvidando que detrás de cada número hay un caso humano. Pero los números, aunque insuficientes, son necesarios. Son el presupuesto de cualquier análisis adecuado.

Para entender cómo de un dato trágicamente real se ha pasado a un pánico moral es necesario preguntarse cuántos son los sacerdotes pedófilos. El conjunto más amplio de datos fue recogido en los Estados Unidos, donde en 2004 la Conferencia Episcopal encargó un estudio independiente en el John Jay College of Criminal Justice de la City University de Nueva York, que no es una universidad católica y es unánimemente reconocido como la institución académica más autorizada en los Estados Unidos en el campo de la criminología. Este estudio nos dice que desde 1950 hasta 2002 4.392 sacerdotes estadounidenses (entre más de 109.000 existentes) han sido acusados de mantener relaciones sexuales con menores.De estos poco más de un centenar fueron condenados por tribunales civiles.El bajo número de condenas por parte del Estado se deriva de varios factores. En algunos casos, reales o presuntas víctimas denunciaron a sacerdotes ya muertos o los hechos ya habían prescrito. En otros casos, a la acusación e incluso a la pena canónica no corresponde la violación de ninguna ley civil: es el caso, por ejemplo, en varios estados norteamericanos del sacerdote que tiene una relación con una – o también un – menor mayor de dieciséis años con consentimiento. Pero también ha habido muchos casos clamorosos de sacerdotes inocentes acusados. Estos casos se multiplicaron sobretodo en los años 90, cuando algunos bufetes de abogados se dieron cuenta de que podían sacar indemnizaciones millonarias incluso solo con meras sospechas. Los llamamientos a la «tolerancia cero» están justificados, pero tampoco debería haber tolerancia alguna para quien calumnia a sacerdotes inocentes.Añado que en los Estados Unidos las cifras no cambiarían significativamente si se añadiese el período 2002-2010, porque ya el estudio de la Universidad John Jay, destacó la «notable reducción» de casos en la década del 2000. Las nuevas investigaciones han sido pocas y las condenas poquísimas, debido a las estrictas medidas introducidas tanto por los obispos de EE.UU. como por la Santa Sede.

¿Nos dice el estudio del John Jay, como se lee a menudo, que el cuatro por ciento de los sacerdotes estadounidenses son «pedófilos»? No, en absoluto. Según este estudio el 78,2% de las acusaciones se refiere a menores que han pasado la pubertad. Tener relaciones sexuales con una chica de diecisiete años no es ciertamente una buena cosa, y mucho menos para un sacerdote, pero no es pedofilia. Así que los sacerdotes acusados de pedofilia real en los Estados Unidos son 958 en 52 años, dieciocho al año.Las condenas fueron 54, poco más de una al año.

El número de condenas de sacerdotes y religiosos en otros países es similar al de los Estados Unidos, aunque ningún país tiene un estudio tan amplio como el del John Jay College. A menudo se citan una serie de informes del gobierno de Irlanda que denominan «endémica» la presencia de abusos en los orfanatos e internados (masculinos) gestionados por algunas diócesis y órdenes religiosas, y no hay duda de que se han producido casos de abuso sexual de niños incluso muy graves en este país. El examen sistemático de estos informes también muestra cómo muchas acusaciones se refieren a la utilización de medios de corrección excesivos o violentos. El llamado informe Ryan, de 2009 – que utiliza un lenguaje muy fuerte contra la Iglesia Católica – de 25.000 alumnos en internados, orfanatos y reformatorios en el período que se examina informa de 253 denuncias de abusos por parte de niños y 128 por las niñas, no todos atribuidos a sacerdotes, religiosos o religiosas, de diferente naturaleza y gravedad, rara vez dados en niños antes de la pubertad, y que aún más raramente han llevado a condenas.

La controversia de las últimas semanas en Alemania y Austria presenta una característica típica de pánico moral: aparecen como «nuevos» hechos que se remontan a muchos años atrás, en algunos casos más de treinta años, y ya conocidos en parte. El hecho de que – con énfasis particular en lo que toca a la región de Baviera, de donde viene el Papa – se presentan en las primeras páginas de los periódicos sucesos de los 80 como si hubiesen ocurrido ayer, y de los cuales surgen furiosas controversias, con un ataque concéntrico que anuncia a gritos cada día nuevos descubrimientos, muestra claramente cómo el pánico moral es promovido por los «empresarios morales» de una manera organizada y sistemática. El caso que – como algunos periódicos han titulado – «implica al Papa» es de libro. Se refiere a un episodio de abuso en la Archidiócesis de Munich y Freising, donde fue arzobispo el Papa actual, que data de 1980. El caso emergió en 1985 y fue juzgado por un tribunal alemán en 1986, asegurando, entre otras cosas, que la decisión de aceptar en la archidiócesis al sacerdote en cuestión no fue hecha por el cardenal Ratzinger que ni siquiera la había conocido, lo que no es extraño en una diócesis grande, con una compleja burocracia. Por qué un periódico alemán decide resucitar este caso y publicarlo en su primera página veinticuatro años después de la sentencia debe ser la verdadera cuestión.

Una pregunta desagradable – porque el mero hecho de plantearla parece defensivo y no consuela a las víctimas – pero importante es determinar si ser un sacerdote católico es una condición que implica riesgo de convertirse en pedófilo o de abusar sexualmente de menores – las dos cosas, como se ha visto, no coinciden porque quien abusa de una chica de dieciséis años no es un pedófilo – con el más alto respeto al resto de la población. La respuesta a esta pregunta es crucial para descubrir las causas del fenómeno y para prevenirlo. Según los estudios de Jenkins al comparar la Iglesia Católica en los Estados Unidos con las principales denominaciones protestantes se descubre que la presencia de pedófilos es – según las ramas – de dos a diez veces más entre clérigos protestantes que entre sacerdotes católicos.La cuestión es relevante porque demuestra que el problema no es el celibato: la mayoría de los pastores protestantes están casados. En el mismo periodo en que un centenar de sacerdotes estadounidenses fueron declarados culpables de abuso sexual infantil, el número de profesores de gimnasia y entrenadores de equipos deportivos de jóvenes – la gran mayoría casados – que fue declarado culpable de ese delito por los tribunales de EE.UU. rozaba los seis mil.Los ejemplos podrían continuar, no sólo en los Estados Unidos. Y sobretodo según los informes periódicos del gobierno de EE.UU. alrededor de dos tercios de los acosos sexuales a menores no vienen de extraños o profesores – incluyendo sacerdotes y pastores protestantes – sino de miembros de la familia: padrastros, tíos, primos, hermanos y, por desgracia, también padres.Datos similares existen en muchos otros países.

Aunque sea poco políticamente correcto decirlo, hay un dato que es mucho más significativo: más del ochenta por ciento de los pedófilos son homosexuales, varones que abusan de otros varones. Y – por citar una vez más a Jenkins – más del noventa por ciento de los sacerdotes católicos condenados por abuso sexual y pedofilia es homosexual. Si en la Iglesia Católica ha existido realmente un problema, éste no era el celibato, sino una cierta tolerancia de la homosexualidad en los seminarios, especialmente en la década de los 70, cuando se ordenó la gran mayoría de sacerdotes más tarde condenados por abuso. Es un problema que Benedicto XVI está enérgicamente corrigiendo. Más en general, el retorno a la moralidad, la disciplina ascética, a la meditación sobre la verdadera y gran naturaleza del sacerdocio son el antídoto radical a las tragedias reales de la pedofilia. También para esto debe servir este año Sacerdotal.

Con respecto a 2006 – cuando la BBC transmitió un documental basura del parlamentario irlandés y activista homosexual Colm O’Gorman – y a 2007 – cuando Santoro propuso la versión italiana en Annozero – en realidad no hay casi nada nuevo salvo el aumento de la severidad y la vigilancia de la Iglesia.Los dolorosos casos de los que más se habla en las últimas semanas no siempre son inventados, pero se remontan a veinte o incluso treinta años atrás.

O tal vez haya algo nuevo. ¿Por qué desenterrar viejos casos en 2010 muy a menudo ya conocidos, al ritmo de uno por día, atacando cada vez más directamente al Papa – un ataque, además, paradójico si se considera la enorme severidad sobre este tema del primero cardenal Ratzinger más tarde Benedicto XVI ? Los «empresarios morales» que organizan el pánico tienen un proyecto que surge cada vez más claro, y realmente su esencia no es la protección de los niños. La lectura de algunos artículos nos muestra cómo – en la víspera de opciones políticas, jurídicas y también electorales que por toda Europa y en todo el mundo ponen sobre la mesa la administración de la píldora RU-486, la eutanasia, el reconocimiento de las uniones homosexuales, en las que la voz de la Iglesia y el Papa es casi la única que se eleva para defender la vida y la familia – lobbys muy poderosos tratan de descalificar esta voz con la acusación más infame y ahora por desgracia más fácil: promover o tolerar la pedofilia. Estos lobbys más o menos masónicos manifiestan el siniestro poder de la tecnocracia evocada por Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate y la denuncia de Juan Pablo II, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1985 (8-12-1984) , sobre «planes ocultos» – junto con otros «propagados abiertamente» – «destinados a someter a todas las naciones a regímenes en que Dios no cuenta.

Verdaderamente se trata de una hora de las tinieblas, que trae a la mente la profecía de un gran pensador católico del siglo XIX, el vercelense Emiliano Avogadro della Motta (1798-1865), según el cual a las ruinas causadas por las ideologías laicistas habría de seguir una auténtica «demonolatría», que se manifiesta particularmente en el ataque a la familia y al verdadero concepto del matrimonio. Restablecer la verdad sociológica sobre los pánicos morales en el tema de los sacerdotes y la pedofilia, de por sí no resuelve los problemas y no detiene los lobbys, pero puede constituir por lo menos un pequeño y merecido homenaje a la grandeza de un Papa y una iglesia heridos y calumniados porque sobre la vida y la familia no se resigna a guardar silencio.

Massimo Introvigne