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En las vísperas de la JMJ: odio a la Iglesia

Me encuentro pasando unos días en el santuario de la Virgen de Fátima (Portugal). Suelo hacerlo todos los veranos. Vengo una semana, para rezar, descansar y trabajar rematando algún que otro proyecto o preparando cosas para el curso que comienza. Este año está siendo especialmente agradable porque estoy coincidiendo con los jóvenes peregrinos que vienen de todo el mundo para la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, el encuentro con el Papa. Aprovechan su viaje a España para pasar por Fátima y estar algún que otro día al lado de la Señora. Jóvenes de todos los rincones de la tierra: Estados Unidos, Brasil, India, Corea, Vietnam, Argentina, Polonia, Italia… unidos en torno a una misma fe, la de Cristo.

Ayer por la noche, durante el rosario de las antorchas, un grupo me llamó especialmente la atención. Se trataba del obispo de Iraq que presidía la oración y que venía acompañado por un grupo de seminaristas. En seguida me acorde de la matanza de cristianos en la catedral de Bagdad (ver  Mártires en Bagdad). Recordé aquellos dos sacerdotes jóvenes acribillados a balazos por ser cristianos y por ser sacerdotes, y miré el rostro sereno y sobrio del obispo y de los seminaristas. Estaba mirando el rostro de mártires y se me conmovió el corazón cuando uno de estos seminaristas comenzó a rezar el misterio en la lengua del Señor: en arameo.

La JMJ está sirviendo para que un grupo de los llamados «indignados», en realidad para que un grupo de intolerantes, organice una marcha anti-Papa. Esta «oposición» a la visita del Papa está sostenida por medios de comunicación que quieren contaminar el significado y sentido del encuentro de jóvenes creyentes con el representante máximo de la Iglesia Católica, el sucesor de Pedro. Siembran así el odio y el rencor en medio de lo que tenía que ser una fiesta para expresar la libertad religiosa. La JMJ es un encuentro de jóvenes, pero sobre todos en un encuentro con Pedro para confirmar la fe en Cristo como Dios y Señor de nuestras vidas. Y eso molesta.

Les dejo a continuación un artículo que ayer publicaba en ABC Juan Manuel de Padra. No tiene desperdicio.

 

 

8 ago 2011 ABC   Juan Manuel de Prada

Es el advenimiento de una nueva era lo que explica que el rechazo a la visita papal sea más furibundo y desgañitado

EL ODIO A LA IGLESIA

La inminente celebración de la Jornada Mundial de la Juventud está provocando muestras de rechazo que —a nadie se le escapa— son más articuladas que en anteriores visitas papales. Aunque organizadas en torno al movimiento de los «indignados» (cuyo carácter aparentemente marginal no debe confundirnos sobre su alcance, pues los «indignados» no son sino la avanzadilla o punta de lanza de una izquierda en proceso de «reinvención»), tales muestras de rechazo hallan expresión desinhibida en los medios de adoctrinamiento de masas, que hace apenas unos años se habrían conformado con deslizar insidias o tibios desdenes contra el Papa y hoy acogen en sus tribunas artículos y comentarios decididamente furibundos o desgañitados, regados de improperios y espumarajos.

Tales expresiones de rechazo suelen invocar el pretexto económico; pero salta a la vista que se trata, en efecto, de un mero pretexto, formulado además con desgana sumaria, más bien dirigido a despistados que a su propia parroquia. Los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud se han encargado de explicar reiteradamente que tal pretexto económico se funda en la mentira y en la manipulación; pero los furiosos saben que una mentira repetida mil veces puede convertirse en verdad, sobre todo entre gentes fácilmente sugestionables. Gentes a las que, desde luego, los furiosos no enviscan cuando el gasto —este sí, real— se destina a financiar desfiles orgullosos o candidaturas olímpicas o demás festivales del Régimen.

Pero el pretexto económico no tiene otro propósito sino maquillar con una coartada decente el odio a la Iglesia, tan antiguo e indestructible como la Iglesia misma, ese odio que tuvo su primera manifestación en el palacio de Herodes, la noche de Navidad, y cuya fosforescencia extraterrenal la perseguirá por los diversos crepúsculos de la Historia hasta la Parusía, cuando será derrotado definitivamente.

El odio a la Iglesia a veces se reviste con los tintes trágicos del martirio; y a veces con los chafarrinones grotescos de la chabacanería y la burricie. En este crepúsculo de la Historia vivimos uno de esos goznes o zonas de tránsito en que el odio a la Iglesia, que en las últimas décadas se había disfrazado con los ropajes del laicismo más o menos circunspecto o taimado, permitiendo de vez en cuando expresiones de chabacanería o burricie, empieza a olfatear la sazón de una persecución martirial, declarada y sin antifaces.

Y es el cercano advenimiento de una nueva era (que los signos de descomposición política e institucional y la quiebra económica pregonan) lo que explica que el rechazo a la visita papal sea más furibundo y desgañitado, utilizando todavía como avanzadilla o punta de lanza al movimiento de los indignados. Llegará el día en que el odio a la Iglesia ni siquiera precisará el empleo de avanzadillas; será un odio desatado y rampante que expedirá órdenes de búsqueda y captura contra el Papa, que prohibirá el culto y perseguirá tenazmente a los fieles.

Todo esto está escrito, y los católicos conscientes lo saben: saben que llegará el día en que el Papa no podrá salir del Vaticano; y también el día en que ni siquiera el Vaticano le servirá como refugio. Pero, entonces como ahora, nuestra misión será la misma: estar a su lado hasta el martirio, celebrando con alegría la gracia de su presencia entre los fieles, que es presencia de Cristo en un mundo que le ha vuelto la espalda; y al que le bastaría acogerlo para salvarse. Seamos punta de lanza de ese mundo que no quiere salvarse; porque, allá donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

Beato Juan Pablo II, el Grande

Este fin de semana se celebra en Londres la así llamada «boda del siglo». Si usamos esa misma nomenclatura podríamos decir que el domingo se celebra en Roma la «beatificación del siglo». Ciertamente Juan Pablo II ha sido el Papa de los records. En cuanto a salidas fuera del Vaticano, kilómetros recorridos, países visitados, número de personas recibidas en audiencias, encuentros, jornadas de la juventud… incluso en número de personas que pasaron por delante de su féretro durante sus funerales. Un pontificado tan largo y tan extenso ha dejado una gran cantidad de anécdotas y de detalles, de imágenes simpáticas y de momentos que han calado en el corazón de cristianos y no cristianos (como por ejemplo el encuentro de las religiones en Asís). Son muchos los documentos y textos de su pontificado que tendrán que ser todavía digeridos y puestos en práctica en este nuevo milenio al que él llevó a la Iglesia. El milenio de la nueva evangelización. 

De Juan Pablo II me quedo con dos de sus principales preocupaciones: la familia y las vocaciones al sacerdocio. Juan Pablo II pasará a la historia como el Papa de las familias. Dos documentos fundamentales: las catequesis sobre el hombre y la mujer desarrolladas en las audiencias de los miércoles, verdadera antropología fundamental y teología del cuerpo, y la «Familiaris Consortio». En ellos se resumen su pensamiento sobre la familia como motor de la sociedad y como motor también de la Iglesia. 

Decía que el segundo aspecto es su preocupación por las vocaciones. Un documento precioso «Pastores dabo vobis» recogía su preocupación por la formación de los sacerdotes, pero sobre todo era su incansable llamada a estar abiertos a la acción, a la llamada de Dios en la propia vida. De una manera especial en las diferentes Jornadas Mundiales de la Juventud y en los muchos encuentros con jóvenes. Todavía resuenan en muchos de esos jóvenes palabras similares a las que pronunció en Cuatro Vientos (Madrid): «Si oyes en tu interior la voz del Señor que te llama ¡No la callles!» Muchos de esos jóvenes no acallaron la voz del Señor y  respondieron: muchos son hoy sacerdotes.

En Roma, durante la beatificación, habrá en la plaza muchas familias y muchos sacerdotes, venidos a estar con el Papa Juan Pablo II, su Papa. Y en todo el mundo habrás muchos más que no podrán venir, pero que quieren vivir en plenitud el legado que nos deja el Beato Juan Pablo II, el Grande: la herencia de la preocupación por las familias y por las vocaciones.