Reconozco que me ha costado volver a escribir. Quizás porque entre viajes y cambios de ciudad a uno le cuesta adaptarse y quizás también, porque no, porque todavía no he visto un buen día de sol en Roma. En el inicio de la Cuaresma, de una cuaresma marcada por el año sacerdotal. Os transcribo la homilía que haré en este miércoles de ceniza y que está centrada en la segunda lectura de hoy (II Corintios 5,20-6,2).
Déjate reconciliar con Dios.
Las lecturas de este miércoles, de este inicio de la Cuaresma, nos hablan de una conversión no superficial, sino de una conversión profunda que llegue a afectar nuestro corazón. Me voy a centrar en la segunda lectura, en la Carta de San Pablo a los Corintios y especialmente en la frase inicial con la que san Pablo los exhorta diciendo: Dejaos reconciliar con Dios. Este puede ser un buen eslogan para nosotros sacerdotes, en esta Cuaresma del Año Sacerdotal: Déjate, reconciliar con Dios.
Reconciliar significa «volver a establecer la concordia, la amistad que se había perdido». Conciliar viene del latin concilatio, unión de personas, formada por con (unión) calare (llamar). El diccionario establece una distinción entre conciliar y reconciliar. Reconciliar supone una oposición previa mayor. Se concilia a las partes en un pleito, se reconcilia a los enemigos. Reconciliar sería por tanto volver a llamar a la unión, y expresa la diferencia absoluta entre las partes: Dios y el hombre. San Pablo insiste en que es en nombre de Cristo por quien hace esta llamada “como si Dios mismo os exhortara”. Es Dios quiere, en este tiempo de cuaresma, que te dejes volver a llamar para unirte a él.
Dios quiere volverte a llamar, quiere volver a establecer una amistad profunda. Quizá, para los que llevamos más tiempo en el ministerio sea una llamada a recobrar el amor primero. Una llamada a recuperar la ilusión para, como dice San Pablo, “no echar en saco roto la gracia que un día recibimos”.
Como medios de este tiempo se nos insiste en el ayuno, la limosna y la oración. Solo hablaré de la oración. La Cuaresma es un tiempo de oración porque es el tiempo en el que Dios se pone a la escucha. «En tiempo favorable te escuché, … pues mirad, ahora es tiempo favorable”. Es el tiempo favorable para hablarle a Dios y hablarle de nuestro amor, o tal vez de nuestra falta de amor, de nuestras necesidades, de nuestros afectos, de nuestra necesidad de afecto… para dedicar más tiempo a estar a solas con Él. Se trata de aprovechar que en tiempo Dios no solo te llama sino que Dios se pone a la escucha.
Esta reconciliación no es fruto de nuestro esfuerzo. La salvación no es obra nuestra. Así nos lo recuerda otra vez san Pablo: La reconciliación con Dios es fruto de la justificación ganada por Cristo, que celebramos en la Pascua. Es el nuevo paso de Dios, la gracia que brota de Aquel que no habiendo pecado, Dios lo hizo expiación por nuestros pecados. Si el pecado nos deja el poso de la tristeza, la salvación nos trae el regalo de la alegría. La alegría que brota de la cercanía de Dios, de la acción de su espíritu. Es Dios mismo que en este tiempo sale al encuentro, es Dios mismo que viene en nuestra ayuda.
La ceniza que recibimos esta tarde es un signo exterior de nuestra actitud interior, con ella estamos diciéndole a Dios delante de los hermanos:
– quiero, Señor, que me llames
– quiero, Señor, que me escuches
– quiero, Señor, que vengas en mi ayuda.
Que así sea.