Leía una noticia en La Vanguardia cuyo título me llamó la atención «Confesionario virtual» http://www.lavanguardia.es/opinion/20110216/54115217166/confesionario-virtual.html
El artículo explica como Apple ha presentado para su ipodtouch/iphone/ipad una aplicación llamada «Confessions» que recorriendo los Diez Mandamientos te ayuda a hacer un examen de conciencia de tus pecados, emite un veredicto y te invita a hacer un acto de contrición y trasladar el veredicto a un sacerdote para recibir la absolución. Como muy bien critica en su artículo Alfredo Abián «los avances tecnológicos empiezan a saturar el poco sentido común que nos queda». Y es que una cosa es que uno se ayude de un artilugio como este para hacer un examen de conciencia y otra cosa es creer que la confesión es un ejercicio matemático resuelto por una aplicación como si de un logaritmo se tratase. Decidí ver la aplicación por mi mismo y me fui hasta el app store de iTunes y ¡oh sorpresa! resulta que no había solo una aplicación con este título sino varias. Ciertamente solo una correspondía con la descripción del artículo que para Europa se llama iConfess y su subtítulo explica que es una guía para la confesión. Cuesta 1,59 €.No era la única aplicación con ese nombre, estaban además: Confess, iConfess, Confessions(audio), iSinConfess y Confessor. Mi sorpresa fue mayor al comprobar que estas últimas eran gratuítas y que no estaban en la categoría «religión» sino en la categoría «entretenimiento» y «estilo de vida». Al abrirlas pude comprender la razón.
Estas aplicaciones funcionan como una red social… para contar tus pecados. Sí, para publicar tus pecados, tus trastadas, las cosas negativas que uno ha hecho… de tal manera que otros las pueden leer… a cambio de que tu puedas leer los pecados de otros. Incluso en alguna de ellas existe la opción de perdonar a alguien lo que ha hecho y de que alguien te perdone. Además Confessions (audio) permite grabar tus confesiones y distribuirlas para el que quiera escucharlas… y tu escuchar las de otras personas. Toda una ricura.
Sí ya la primera aplicación deja la sensación de ser una «payasada virtual» estas últimas me parecen que rebajan la dignidad del ser humano al subsuelo y que dejan los programas telebasura, esos que se dedican a airear los trapos sucios de los famosos y los no tan famosos, a muy larga distancia. ¿Qué tipo de persona se puede entretener leyendo las miserias de otros? ¿Quién disfruta aireando sus fallos y debilidades? Seguramente vertemos en la maquinita todo aquello que no somos capaces de hablar abiertamente, de reflexionar y de meditar. Como si al vomitar todas nuestras debilidades y conocer las de los demás eso nos hiciese mejores.
El sacramento de la Confesión, de los que estas aplicaciones toman el nombre, es una cosa totalmente distinta. No se trata de lavar los trapos sucios como si se metiesen en una lavadora. Es, ante todo, una experiencia de encuentro con Dios y más concretamente con Jesucristo Resucitado. En ese encuentro el ser humano se muestra más que nunca como realmente es, sin máscaras ni adornos y, al reconocer sus pecados después de una reflexión profunda y sincera, reconoce su propia realidad de persona por hacer, por crecer, por mejorar, por convertirse. En ese encuentro Dios también se muestra más Dios que nunca porque se muestra como la Misericordia total, el Amor total que es capaz de todo incluso de perdonar los pecados, es decir de curar el daño que el pecado nos hace y de darnos la gracia, la fuerza, el amor que nos transforma y nos ayuda a amar a los demás. Porque en el fondo pecado es todo aquello que nos rompe con Dios, con nosotros mismos y sobre todo con los demás.
La confesión no es algo individual. La confesión no es algo entre Dios y yo. Mi pecado tiene siempre una dimensión social de ruptura con la comunidad. La presencia del sacerdote en el sacramento sirve para hacer visible, humana, la acción de Dios a través de su Hijo y del Espíritu Santo, pero al mismo tiempo significa el reencuentro y la acogida en la comunidad, en la Iglesia.
Es significativo que en estos momentos en los que en muchos lugares los confesionarios están vacíos, porque a muchos católicos les cueste confesarse con un cura o porque a muchos curas les cueste sentarse a confesar, es curioso decía que salgan a la luz estás aplicaciones. Esto revela una profunda soledad de las personas y también una concepción tremendamente individualista del pecado y del perdón. Desde luego esa no es la concepción de la Iglesia Católica. Si de verdad necesitan confesarse, vayan a un cura, hablen con él y, en nombre de Dios, les absolverá de sus pecados. Será una experiencia más humana, más cercana y, sobre todo, verdaderamente cristiana.