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Que diez años no es nada…

Los libros de espiritualidad explican la existencia de un demonio muy particular. Se le llama la «acidia» o demonio del «mezzo giorno», demonio del medio día. Los padres espirituales advertían a los monjes que este demonio aparece a media mañana y crea en el monje un estado de desasosiego, un profundo rechazo y disgusto por el lugar donde se encuentra y por su estado de vida. Es la hora en la que el monje ha terminado el trabajo y todavía no ha llegado a la comida. Al monje le da por pensar que su trabajo, su oración, no tienen sentido. Empieza a pensar que ese no es su sitio y que allí no se puede realizar como persona y como cristiano. Este demonio lleva al monje a pensar que estaría mejor en otros lugares.

En realidad este demonio de la acidia está presente en todos nuestras vidas. Ahora le llamamos la crisis de los 40. A los cuarenta años de vida (en el medio día de la vida) es fácil encontrarnos con personas que piensan que su vida no tiene sentido, que no han sabido aprovechar el tiempo… que se equivocaron al elegir su trabajo… o al formar esta familia. Piensan que su sitio estaría en otro lugar… en otro trabajo… con otra mujer… La acidia es una huida del presente y una parálisis de la acción. Santo Tomás daba dos definiciones de la acidia: Taedium operandi =la incapacidad de hacer nada (una especie de desgana total por la vida) y Tristia boni divini =la tristeza o incapacidad de descubrir las cosas buenas de la vida.

Todo esto viene porque hoy cumplo 38 años, es decir, estoy en el «mezzo giorno» de mi vida y es el momento en el que ataca el demonio de la acidia. Estos días he repasado mi vida pero, por ahora, no detecto los síntomas de este demonio. Tengo ganas de hacer un montón de cosas, tengo ganas de estudiar, de conocer gente, de rezar, de hablar de Dios… No he perdido la capacidad de descubrir cada día los regalos que Dios me hace, a veces a través de una conversación con una persona… otras veces a través de un simple mensaje de móvil … o de un rayo intenso de luz golpeando la cara (la luz tiene una intensidad especial en esta ciudad).

En esas estaba cuando he vuelto a releer un artículo que saldrá en breve en una revista de espiritualidad. Se titula «Que diez años no es nada…» y lo hice en el mes de junio con motivo de mi aniversario de ordenación sacerdotal.

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Comienza así: «Si como dice el bolero que veinte años no es nada, podríamos decir que diez años se han pasado en un suspiro… Al volver la vista atrás lo primero que uno descubre es que las nieves del tiempo ciertamente han plateado mis sienes y, por qué no, también mi alma. Diez años de cura, de sacerdote, y parece… que fue ayer.» Y es verdad que parece que fue ayer. Cuando el tiempo pasa rápido es porque se ha hecho mucho, porque se ha amado mucho, porque se ha vivido mucho.

La acidia es la enfermedad del deseo. Quien desea, ama. Quien ama, obra, actúa, vive. La acción muere cuando muere el deseo. Os dejo ese artículo como regalo de cumpleaños, de mi cumpleaños, como signo de que sigo haciendo, de que sigo amando, de que sigo viviendo. Y como agradecimiento a todos aquellos hombres y mujeres que Dios ha ido poniendo junto a mi en estos 38 años de vida, especialmente en estos 10 años de cura. Estoy convencido de que hay que seguir amando mucho… porque queda mucho por hacer.

Gracias y feliz cumpleaños.