Buscar a Dios

En los últimos domingos hemos venido leyendo los textos del Evangelio donde Jesús explica las características del Reino a través de sencillas parábolas. La parábola del sembrador, la del trigo y la cizaña, la parábola del grano de mostaza y la de la levadura en la masa. Hay otras dos parábolas, leídas este domingo, que nos hablan de un hombre que encuentra un tesoro en un campo y del hombre, coleccionista de perlas, que encuentra una de gran valor.

En estas dos parábolas, además de las imágenes del Reino como un gran tesoro y una perla preciosa, fina y de valor extraordinario, se ponen de manifiesto algunas actitudes necesarias por parte del discípulo: para encontrar un tesoro o una perla preciosa es necesario «buscar». Se me viene a la cabeza una película de Nicolas Cage titulada precisamente «La búsqueda». En ella los protagonistas se embarcan en la búsqueda de un enorme tesoro a través de las pistas escondidas a lo largo de la historia. En la película lo que se pone de manifiesto es que para encontrar un tesoro lo más importante es ponerse a buscarlo aunque a veces te lleves toda la vida y tu reputación en el intento. Para encontrar un tesoro es necesario ponerse a buscarlo.

A nivel de fe también es necesaria una actitud de «búsqueda». A veces pensamos que la fe se transmite pero lo cierto es que lo único que verdaderamente podemos transmitir es el deseo de encontrar a Dios, o lo que es lo mismo, podemos transmitir esa actitud de «búsqueda» de Dios.  Está claro que para encontrar un tesoro escondido en el campo hay que buscar mucho y hay que cavar otro tanto. También está claro que un coleccionista de perlas tiene que buscar, comprar, regatear, viajar y negociar mucho antes de encontrar una perla preciosa. Las parábolas de este domingo nos hablan de que el discípulo tiene que ser sobre todo un hombre dispuesto a estar renovando continuamente su fe a través de la «búsqueda» continua de Dios, de los signos de realización concreta del Reino en el mundo, del rostro de Cristo encarnado.

Un cristiano que no busca a Dios es un cristiano aburguesado y que no progresa en la fe y al final esta fe se muere. Carlos de Foucauld era uno de estos cristianos adinerados y aburguesados que siendo adolescente pierde la fe y se dedica a una vida fácil y placentera. Con 23 años inicia una expedición a Marruecos donde el contacto con la fe de los Musulmanes despierta su deseo de Dios: «Dios mío, si existes haz que te conozca». A su regreso a Francia inicia esa búsqueda apasionada de Dios que el encuentra el 28 de octubre de 1886 con 28 años. Desde ese momento decide dedicar toda su vida Cristo. Ingresa en la Trapa viviendo en varios conventos primero en Siria, después en soledad y adoración cerca de las Clarisas de Nazareth. A los 43 años es ordenado sacerdote y se marcha al Sahara a vivir en medio de los Tuareg: su voluntad era gritar, en medio del desierto, el evangelio con toda su vida.

Él fue uno de los que encontró el tesoro escondido, la perla preciosa, por la que mereció venderlo todo, e incluso perder la vida. Fue asesinado por una banda de ladrones el 1 de diciembre de 1916.

Para encontrar el tesoro hay que salir a buscarlo. Para despertar el deseo de búsqueda de Dios los primeros que tenemos que estar en actitud de búsqueda somos los cristianos. Solo así despertaremos en quién nos vé deseos de búsqueda. Solo así podremos gritar el evangelio, en medio de los desiertos de nuestro mundo, con el testimonio de nuestra vida.